domingo, 3 de noviembre de 2013

Día de llegada: Malinas, el David de Miguel Ángel y Piazza della Signoria

Tras tanto tiempo esperando, por fin ha llegado el día en que comienzo las vacaciones que tenía en mente desde hacía tantos años. Como es costumbre en mis últimos viajes, tras madrugar y revisar la maleta, me presento en el aeropuerto de Bilbao a las seis menos cuarto con la intención de tomar el vuelo a Bruselas que tantas veces he cogido. Casi podría decirse que conozco tan bien el aeropuerto de Bruselas como el de Bilbao. A diferencia de lo habitual, nuestro avión sale con diez minutos de retraso, pero eso no impide que lleguemos cinco minutos antes de lo esperado. Así, minutos antes de las nueve menos cuarto ya estamos paseando por el aeropuerto de Bruselas.

Como nos esperaba una escala de seis horas en el aeropuerto de Bruselas, teníamos claro que no podíamos quedarnos en el aeropuerto teniendo tan a mano ciudades tan bonitas como Bruselas, Malinas o Lovaina. A pesar de que la Gran Place de Bruselas es uno de mis lugares favoritos, descartamos ir a Bruselas ya que hacía apenas medio año que habíamos estado en dicha ciudad, por lo que decidimos elegir entre visitar Lovaina o Malinas, ciudades que ya conocía de un viaje que hice dos años antes. Tras unas cuantas dudas, nos decantamos por Malinas como opción para pasar la mañana de nuestro primer día de vacaciones.

Malinas: pequeña pero coqueta.
Así, tras dejar las mochilas en la consigna del aeropuerto y volver a realizar el check-in, pues nos lo hemos olvidado en la consigna y nos damos cuenta al salir, cogemos el tren que sale del aeropuerto a las 9:39. Por unos pocos minutos perdemos el tren anterior, principalmente por tener que volver a sacar el check-in, por lo que tenemos que esperar unos veinte minutos en el andén. Afortunadamente, la distancia que separa Malinas del aeropuerto es muy corta, por lo que llegamos a Malinas en menos de un cuarto de hora, con apenas dos minutos de retraso, y apenas veinte minutos después ya nos encontramos en la Grote Markt, el centro turístico de la ciudad. Desgraciadamente, la plaza se encuentra llena de puestos de comida que dificultan el paseo y la visión de la plaza, por lo que esta no se puede disfrutar en todo su esplendor, como yo pude hacer dos años antes.

Grote Markt.

Tras ver la Grote Markt y hacer fotos desde todos los ángulos, decidimos dar un pequeño paseo por los alrededores de la plaza, durante el cual vemos la catedral de san Romualdo, en la que entramos pero a cuya torre no subimos, el Begijnhof, que no es tan bonito como el de Brujas o el de Ámsterdam, y alguna que otra iglesia cercana, como la iglesia de Santa Catalina, así como las calles colindantes a la Grote Markt, alguna de las cuales es preciosa, a pesar de tener montadas en varias de ellas una especie de tribunas para espectadores, dando la sensación que ese mismo día o quizá al día siguiente fuera a haber un desfile por el centro de la ciudad, y que impiden disfrutarlas en todo su esplendor. La verdad es que el paseo es bastante agradable, a pesar de que constatamos que es casi imposible hacer turismo por Bélgica sin tener un ojo puesto en las nubes, pues nunca sabes si se te va a poner a llover en cinco minutos. Afortunadamente, no nos llueve, y podemos pasear tranquilamente por una ciudad menos turística que las que estamos acostumbrados a visitar, y desde luego que las que vamos a visitar en las próximas dos semanas.

Bonita calle de Malinas.

Tras ver un poco por encima la ciudad, nos dirigimos a la estación de tren, donde cogemos el tren que sale a las 12:10, por lo que se puede decir que apenas hemos estado tres horas en Malinas. Tras llegar al aeropuerto, pasamos el control de pasajeros, sacamos las mochilas de la consigna, y buscamos dos asientos donde comer dos bocadillos de pollo que nos hemos traído de casa. Tras comer, hacemos algo de tiempo hasta que llega la hora de tomar el avión, el cual sale a las tres y cuarto, con diez minutos de retaso, aterrizando en Florencia a las cinco menos cuarto, quince minutos por delante del horario previsto.

Calurosa Florencia.
Nada más bajar del avión el calor nos da una bofetada en toda la cara, recordándonos que no nos iba a abandonar en prácticamente todas las vacaciones. Los 32 °C son una advertencia de lo que nos espera. Una vez recogidas las maletas, lo primero que hacemos es ir a la oficina de información turística, una de las más cutres que he visto en mi vida, para recoger la Firenze Card, la cual habíamos reservado unos meses antes, cuando todavía costaba 50 € en vez de los 72 € que costaba el día que la recogimos. Con la Firenze Card en la mano, nos dirigimos hacia la parada de autobús para coger el autobús que nos llevaría a Florencia. Como en prácticamente todas las ciudades europeas, me parece una barbaridad el precio del autobús que te lleva del aeropuerto al centro de la ciudad, 6 € en el caso de Florencia, máxime en ciudades como Florencia, donde la distancia entre la ciudad y el aeropuerto se recorre en apenas diez minutos.

A las seis menos cuarto llegamos a la estación de Santa María Novella, que se encuentra a apenas cinco minutos del hotel, en cuya habitación entramos a las seis. Como esperábamos, la ubicación del hotel es excelente, más cercana del Duomo de lo que pensaba, y ha habitación es espectacular, teniendo la que seguramente es la cama más grande en la que he dormido en un hotel. La habitación en sí es muy bonita, y la única pega es que el recepcionista no se enrolla y no nos da wifi gratis, así que, como no vamos a pagar los siete euros y medio al día que nos ofrece, nuestra estancia en Florencia la disfrutaremos sin tener que estar pendientes del whatsapp, algo que en ocasiones incluso agradecemos.

Habitación del hotel.

Tras dejar nuestras maletas en la habitación, salimos a la calle para apurar las últimas horas del día. Nuestro primer destino, cómo no, la plaza del Duomo, a la que llegamos en menos de dos minutos. Al instante descubro que me encuentro ante una de las catedrales más bellas que he visto en mi vida. Seguramente, es la fachada que más me impresiona de todas cuantas he visto. Lo primero que hacemos, tras las fotos de rigor, es entrar en el Baptisterio, el cual nos sale gratis con la Firenze Card, aprovechando que al ser el último sábado de mes este se mantiene abierto hasta más tarde.

El David de Miguel Ángel: una experiencia maravillosa
Tras ver el Baptisterio, el cual no nos impresiona demasiado, nos dirigimos hacia la Galería de la Academia, ya que también cierra bastante más tarde al de lo normal al ser el último sábado del mes. Y parece que eso es bastante desconocido, porque tenemos la grandísima suerte de poder ver el David con solo cuatro personas más. Sí, apenas estábamos seis personas más los de seguridad. La verdad es que es una verdadera delicia contemplar con tanta tranquilidad la que seguramente sea la escultura más famosa del mundo. Seguramente por las mañanas, con toda la marabunta de gente, sea un agobio el museo. La escultura me gusta bastante más de lo que pensaba que me iba a gustar, pues no me la esperaba tan grande e impresionante. El resto del museo no nos llama mucho la atención, y apenas le dedicamos un paseo rápido para ver las cosas por encima. Apenas veinte minutos después de haber entrado, salimos de la Academia rumbo a nuestro último destino antes de ir a cenar: las Capillas Mediceas.

Al igual que el Baptisterio y la Galería de la Academia, las Capilla Mediceas se encontraban abiertas hasta las once de la noche al ser el último sábado del mes. No nos gustan demasiado porque la mitad de la capilla está cubierta de andamios y porque, quizá al ser casi de noche, no entra mucha luz por las ventanas, por lo que se ve bastante oscura. Quizá habría sido mejor idea entrar en otro momento con más luz. De todas formas, nos parece una vergüenza que cobren nueve euros por entrar en dicho lugar cuando la mitad del recinto está tapado por andamios. Al menos, a nosotros nos entraba con la Firenze Card, por lo que la decepción en ese sentido es menor.

Con la sensación de haber aprovechado la tarde (hemos visto el baptisterio, el David de Miguel Ángel, las Capillas Mediceas, y hemos paseado por los alrededores viendo la iglesia de san Lorenzo, el convento de san Marcos...) nos dirigimos muy ilusionados a cenar por primera vez en Italia. Decidimos probar en la plaza de la República, y hay que decir que ha sido una de las peores decisiones del viaje. En primer lugar, los típicos "relaciones", por llamarlos de alguna manera, de los restaurantes, enfadándose entre ellos por conseguirnos como clientes, no dejándonos leer con tranquilidad las cartas. Uno de ellos, cuando vio que decidía ir a otro restaurante, me llegó a decir que si prefería la pasta recalentada a la casera. Consiguió amargarme la cena. En segundo lugar, por que el restaurante que elegimos fue pésimo: la comida no era en absoluto casera; la pizza me recordaba a las de los supermercados, y el agua era de grifo. Desde luego, no se nos ocurrió pasar por esa plaza en ningún momento más, y decidimos no volver a comer en el viaje en las zonas bien situadas, sino buscar callejuelas cercanas con restaurantes donde seguramente se comería mejor.

Florencia de noche: maravillosa
Tras la desastrosa cena, partimos hacia la primera sesión nocturna de fotos del viaje. En primer lugar nos dirigimos hacia la Piazza del Duomo, que de noche es impresionante de bonita. Espectacular. La única pena es que es muy difícil sacar fotos ya que no hay espacio suficiente como para que quepa todo. Aún así, encontramos un rincón desde el que se tienen buenas vistas y hacemos una sesión de fotos, que salen espectaculares. El Baptisterio, el Duomo, el Campanile... todo es precioso.

Il Porcellino.

A continuación, nos dirigimos hacia la Piazza della Signoria para verla por primera vez, pero hacemos una escala en el famoso Porcellino, el cual podemos observar sin ningún turista alrededor. Parece ser que la noche no es del agrado de todos los turistas. Tras ver el Porcellino, minutos después de las nueve y media piso por primera vez la Piazza della Signoria, sin duda el lugar que más me ha gustado de Florencia. Podría decir que es espectacular, impresionante, maravillosa... me quedo corto. No hay palabras para describir cuánto me gusta. El Palazzo Vecchio, la Logia dei Lanzi, la fuente de Neptuno... el conjunto es impresionante. Tras quince minutos haciendo fotos decidimos dirigirnos al Ponte Vecchio. En principio no lo íbamos a ver, pero está tan cerca, no es demasiado tarde, y estamos supercontentos de lo que nos está gustando la ciudad, que decidimos acercarnos al que es uno de los puentes más famosos de Europa. Llegamos y lo observamos iluminado, con su reflejo en el Arno... precioso. Nos pasamos diez minutos haciendo fotos, y finalmente decidimos dirigirnos al hotel. Antes de llegar, como tenemos la grandísima suerte de estar al lado del Duomo, repetimos la sesión de fotos en la Piazza del Duomo. Finalmente, minutos después de las diez y media llegamos al hotel, muy contentos por lo que hemos visto. Florencia promete ser apasionante.

Gastos del día.
A pesar de ser el primer día y no haber visto prácticamente nada, los gastos del día han sido como los de cualquier otro día del viaje. Es verdad que solo hemos gastado dinero en una comida, la cena, ya que en el aeropuerto hemos comido un bocadillo, pero también hemos tenido que sacar los billetes de tren, 13 € cada uno o del autobús. Así, los gastos del día fueron los siguientes:

  • Comida: 14.04 €
  • Transporte: 19.00 €
  • Varios: 6.60 €
  • Total: 39.64 € por persona

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