jueves, 30 de agosto de 2012

Día 6, viernes 13 de julio: Tallin y Kadriorg

Comienza el primer día completo en Tallin, tras haber estado recorriendo la ciudad el día anterior durante media mañana y durante toda la tarde. Durante el día anterior, nos dimos cuenta que la ciudad no era muy grande, por lo que gran parte del día de hoy, que lo íbamos a dedicar a recorrer la Ciudad Baja, es decir, todo el casco antiguo medieval, iba a consistir en recorrer las mismas calles que el día anterior, con la diferencia de que entraríamos en algún que otro edificio. Así, y para que no se nos hiciera demasiado largo el día, decidimos poner el despertador a las nueve menos cuarto y desayunamos tranquilamente, saliendo del hotel a las diez de la mañana.

Visitando el casco antiguo: Niguliste, farmacia del ayuntamiento y subida a la torre del ayuntamiento.
En primer lugar nos dirigimos hacia la iglesia museo Niguliste, o iglesia de san Nicolás, que se encuentra a apenas cien metros de la plaza del ayuntamiento de Tallin, por lo que llegamos en poco más de un minuto. Por fuera es una iglesia que recuerda mucho a la iglesia de san Olaf o a la de santa María Virgen, e incluso el día anterior la confundimos, nada más llegar y cuando no estábamos completamente orientados, con el ayuntamiento. Y es que una de las características de Tallin es que, al menos para mí, los edificios religiosos me han parecido, por fuera, muy similares. Más grandes o más pequeños, pero muy parecidos, con sus paredes blancas encaladas como casas andaluzas y sus tejados verdes y puntiagudas.

Tras pagar 12.50 € por entrar, dedicamos quince minutos a recorrer la iglesia por dentro. No está muy bien conservada y es bastante sobria, como todas las iglesias que hemos visto durante el viaje, así que no gustará a los amantes de las iglesias muy decoradas. Aun así, tiene algunas pinturas que son preciosas, impactándome una en concreto que parecía un dibujo en tres dimensiones. A mí, que no soy muy amante de este tipo de arte, me pareció preciosa. Además, vimos el famoso cuadro de La Danza de la Muerte.

Tras un cuarto de hora recorriendo la iglesia, salimos y nos dirigimos hacia la plaza del ayuntamiento, que ya nos conocíamos casi de memoria, con la intención de ver la farmacia del ayuntamiento, que es la farmacia en funcionamiento más antigua del mundo. Tenemos bastante suerte, ya que durante unos instantes somos los únicos clientes del local, y podemos ver su interior sin la típica marabunta de turistas. Tras pagar 4.35 € por unos caramelos, nos hacía ilusión comprar algo en dicha farmacia, un grupo de turistas invaden la farmacia: hemos tenido mucha suerte.

Farmacia del ayuntamiento.

Al salir de la farmacia nos dirigimos al ayuntamiento, que se encuentra a apenas una treintena de metros, con la intención de subir a la torre y poder ver desde las alturas la plaza del ayuntamiento. Como todavía son las once menos veinte y no se puede subir hasta las once, hacemos algo de tiempo yendo y volviendo hasta, cómo no, las puertas Viru. Además, veo de nuevo el pasaje de santa Catalina y subo a las murallas cercanas a las puertas Viru, donde constato que no merece la pena pagar los euros que he pagado, ya que las vistas no merecen mucho. Así, nos dirigimos hacia el ayuntamiento, a donde llegamos minutos después de las once, y subimos a la torre. La subida es similar a la de la iglesia de san Olaf, un poco claustrofóbica, y aunque en lo alto de la torre la sensación de seguridad es un poco mayor, es un poco agobiante el poco espacio que se tiene para poder disfrutar de la plaza. De hecho, no te dejan subir a la torre si hay arriba un determinado número de personas. Las vistas que se tienen son muy bonitas, y me recuerdan a las que se tienen de la plaza de la Ciudad Vieja de Praga, con la diferencia de que en Tallin no hay un edificio tan impresionante como la iglesia de Nuestra Señora del Týn. Aun así, la subida a la torre es totalmente recomendable por las preciosas vistas que se tienen de la plaza del ayuntamiento.

Vistas de la plaza del ayuntamiento desde la torre del ayuntamiento.

Tras bajar y descansar un rato mientras admiro de nuevo la plaza desde el suelo y espero a que mi hermano y mi padre acaben la visita que han decidido hacer al interior del ayuntamiento, decidimos dedicar el resto de la mañana, que cada vez es más soleada, a pasear de nuevo por el casco antiguo de Tallin. Vamos a recorrer de nuevo las calles que recorrimos el día anterior, pero no nos importa, ya que las vamos a recorrer con sol y son tan bonitas que no nos importa verlas una y otra vez. Nuestra primera parada, como no puede ser de otra forma, son las puertas Viru, que no son gran cosa pero que de momento es de lo que más me ha gustado de Tallin.

Descubriendo las murallas de la ciudad.
Tras finalizar con la visita al ayuntamiento, nos dirigimos hacia la cercana iglesia del Espíritu Santo, que, como no, es muy similar a la mayoría de iglesias de Tallin, en cuanto al color blanco de sus paredes y su torre verde, aunque bastante más pequeña. A continuación nos dirigimos hacia la torre de Margarita la Gorda, pero por un camino distinto, ya que decidimos recorrer una calle que no habíamos visto todavía y que era muy recomendada. Cuando llegamos nos encontramos con una zona que desbanca incluso a las puertas Viru, y es que vemos las torres que tanto nos habían gustado el día anterior desde el mirador de Toompea, y que son impresionantes desde el suelo: las torres Sauna, Nunna y Kuldjala, que están perfectamente conservadas y que forman una imagen preciosa, una de las típicas postales de Tallin. Y es que el conjunto de las murallas y las torres de Tallin, con sus piedras grises y sus tejados naranjas, han sido de lo que más me ha gustado del viaje. Así pues, dedicamos unos cuantos minutos a admirar las torres y las murallas, así como una exposición de jardines que se realizan en los alrededores.

Torres Sauna, Nunna y Kuldjala.

De vuelta a Toompea.
Tras ver la torre de Margarita la Gorda, esta vez con el cielo algo despejado, decidimos que como todavía es la una menos cuarto tenemos todavía tiempo de subir de nuevo a Toompea y pasear de nuevo por la Ciudad Alta. No pensaba que nos fuera a dar tiempo a ver dos veces dicha zona, pero como constaté en Berlín, en la planificación de un viaje siempre pienso que voy a tardar más en visitar una ciudad que lo que realmente tardo. Así pues, y aprovechando que la mañana está siendo espléndida, volvemos a la ciudad Alta, a donde llegamos a la una, y la recorremos durante media hora. Finalmente, llega la hora de comer y nos decidimos por un restaurante especializado en carne que se encuentra al lado de las puertas Viru, al que ya le habíamos echado un ojo y que tiene mucha publicidad: el Goodwin. La verdad es que comemos bastante bien, la carne está exquisita y las vistas de las puertas Viru son preciosas. Además, hacemos unas risas sanas con el camarero, sin que él se entere, un hombre muy amable llamado Boris cuyo nombre y fisonomía nos recuerda a las de un ex agente del KGB.

El parque Kadriorg: mejor dejarlo para el final.
Después de comer, pasadas las tres de la tarde, nos hacemos unas fotos con Jonas Ramalho, un jugador del Athletic que estaba en Tallin debido a que dos días más tarde iban a disputar la final del Europeo sub-19. Le habíamos visto a él y a sus compañeros mientras comíamos, pero no me había atrevido a sacarme una foto en ese momento. Tras la foto, nos dirigimos al hotel a descansar un poco, ya que puede decirse que hemos finalizado la visita a Tallin. Tras unos pocos minutos en el hotel, nos dirigimos fuera de la ciudad vieja con el objetivo de coger un tranvía que nos lleve hasta Kadriorg, un parque con un palacio que se encuentra a apenas dos kilómetros de Tallin. Así, a las cuatro y media cogemos un tranvía que nos deja en la entrada del parque en apenas diez minutos. El parque es bonito, aunque nada del otro mundo, y sin duda lo más llamativo es el palacio Kadriorg, que se encuentra enfrente de un jardín francés bastante bonito. Tras verlo, observando con miedo cómo se encapota el cielo, damos una vuelta por el parque, viendo entre otros el museo de Arte.

Palacio Kadriorg.

Finalmente, damos un largo paseo hasta llegar al monumento al Rusalka, que a pesar de ser muy bonito me decepciona un poco, ya que me lo esperaba mucho más grande. Tras descansar un poco, decidimos dirigirnos de vuelta a la ciudad, con la grandísima suerte de que llegamos a la parada del tranvía justo en el momento en el que viene un tranvía y se pone a diluviar. Afortunadamente, es uno de los diluvios a los que ya nos hemos acostumbrado en Tallin: muy fuerte y que dura poco. Así, a las seis y cuarto estamos de nuevo en el casco antiguo de Tallin, y aprovechamos para sacar las últimas fotos con luz antes de sentarnos en una terraza de la plaza del ayuntamiento a las siete menos diez. A pesar de que el cielo está encapotado, nos parece muy extraño que prácticamente seamos los únicos clientes no solo del bar, sino de la plaza, en estar tomando algo.

Despidiéndonos de Tallin.
Finalmente, y tras un breve paseo por las murallas que hemos descubierto en el día de hoy, minutos después de las nueve nos dirigimos al mismo restaurante de la comida para cenar unas hamburguesas a las que habíamos echado el ojo, y que nos parece que deben estar riquísimas. No nos equivocamos; en Tallin hemos comido de maravilla, acertando en todos los sitios. Tras comer, nos dedicamos a dar un pequeño paseo por la ciudad, intentando aguantar lo más posible para ver si podemos hacer fotos de noche, a pesar de que sabemos que los 60 kilómetros de diferencia con Helsinki no pueden hacer muchos milagros. Aun así, se nota algo de diferencia con esta ciudad, y podemos hacer alguna que otra foto del ayuntamiento, las murallas y el casco antiguo de la ciudad. Finalmente, a las doce y veinte llegamos al hotel, con un muy buen sabor de boca, conscientes de que hemos visitado una ciudad preciosa, que tantas ganas tenía de conocer, y que no me ha defraudado en absoluto.

Pasaje de santa Catalina.

Gastos del día.
Los gastos fueron un poco superiores a los del día anterior, aunque no excesivamente, ya que se pago por entrar en numerosos sitios, como la torre del ayuntamiento, el ayuntamiento, la iglesia Niguliste o la iglesia del Espíritu Santo. A pesar de ello, no diría que Tallin es una ciudad cara de visitar, sino bastante barata, sobre todo si se compara con Estocolmo, donde los precios de las distintas atracciones turísticas eran bastante más elevados.

  • Comida: 163 €
  • Tickets varios: 34 €
  • Tranvía: 6.4 €
  • Varios:  63.35 €
  • Total: 260.65 €, 65.16 € persona.

martes, 28 de agosto de 2012

Día 5, jueves 12 de julio de 2012: llegada a Tallin, paseo por su casco antiguo.

Hoy dejamos atrás los países nórdicos (no confundir con los países Escandinavos, ya que Finlandia no lo es) y nos adentramos en la segunda parte del viaje: los países bálticos. Hoy voy a conocer una de las ciudades que más ganas tengo de conocer de Europa, lo que junto con Estocolmo es la ciudad cumbre del viaje: Tallin (que, planeando este viaje, he descubierto que la ciudad se llama Tallin y no Tallín).

Rápido viaje a Tallin con sorpresa.
Como he comentado con anterioridad, para ir a Tallin habíamos decidido ir en ferry, y encontramos como mejor opción la compañía Linda Line, ya que en hora y media realizaba el trayecto Helsinki - Tallin. Como había que presentarse media hora antes de la salida, salimos con tiempo y llegamos al puerto minutos después de las nueve y veinte. Sin embargo, parece ser que lo de estar media hora antes lo dicen para los típicos que quedan siempre rezagados, ya que hasta cinco minutos antes de las diez de la mañana no abren las puertas del barco. Desgraciadamente, no andamos muy vivos y no podemos encontrar sitio junto a la ventana. Tenía muchas ganas de hacer este viaje en barco para poder ver el Báltico y hacer alguna que otra foto. Sin embargo, parece que no se puede salir a la cubierta, o al menos nosotros no encontramos la puerta de salida. El viaje discurre con total normalidad, y con una enorme alegría al enterarme de que he aprobado el B1 de alemán, y con algo más que un suficiente: un befriedigeng (que no sabía lo que significaba), con 212 puntos sobre 300. Y porque me salió mal la parte de escuchar, que sino...

Tallin nos recibe con buen tiempo.
Durante los últimos días había estado mirando la previsión del tiempo, y siempre se anunciaban lluvias en Tallin, lo que me daba mucha rabia, porque como he dicho tenía muchas ganas de conocerla y consideraba que Tallin sería especialmente bonita estando soleada. Sin embargo, cuando llegamos a Tallin, mis temores meteorológicos desaparecen al instante, ya que el sol reina sobre la ciudad. Nada más salir del barco, cogemos un taxi que nos lleva hasta nuestro hotel, el St. Petersbourg, un pequeño hotel de dos pisos situado en pleno centro de Tallin, a apenas cincuenta metros de la plaza del Ayuntamiento.

Recorriendo Toompea, la Ciudad Alta.
Tras dejar las maletas en recepción, ya que todavía no tienen preparada nuestra habitación, salimos directos a conocer la ciudad, ya que sabemos que tarde o temprano el sol desaparecerá y lloverá, como dicen las previsiones. Encontramos rápidamente, tras confundir el ayuntamiento con la iglesia Niguliste, la plaza del ayuntamiento, que me recuerda levemente a la plaza del ayuntamiento de Praga pero en pequeña. Pienso que con razón los pedantes llaman a Tallin La pequeña Praga. Tras hacer unas pocas fotos en la plaza del ayuntamiento, decidimos dirigirnos hacia la zona de Toompea, que domina la ciudad. Así, subimos la calle Pikk Jalg y en pocos minutos vislumbramos la catedral de Alexander Nevski, una preciosa iglesia ortodoxa. Entramos dentro, pero apenas estamos dos minutos porque vemos que se está celebrando un funeral. Esos pocos instantes me sirven para darme cuenta que, como en la mayoría de los casos, esta iglesia ortodoxa me va a gusta mucho más por fuera que por dentro, lo cual no es de extrañar en este caso, ya que por fuera es muy bonita.

Catedral de Alexander Nevski.

Tras ver la catedral, continuamos recorriendo la zona de Toompea, encontrando rápidamente dos miradores, uno de los cuales, el más famoso, nos ofrece unas vistas espectaculares del caso antiguo de Tallin. Desde ahí contemplo una de las postales más famosas de Tallin, sus famosas murallas con sus torres. Y todo ello con un sol que hace que estemos teniendo, en contra de todas las previsiones, un día fantástico. La verdad, no podíamos haber empezado mejor la visita a la ciudad.

Tallin desde un mirador: torres Sauna, Nunna y Kuldjala e iglesia de san Olaf al fondo.

Continuamos con nuestro paseo por Toompea, ya que tras ver los miradores con sus magníficas e impresionantes vistas y la catedral de Alexander Nevski, todavía nos queda por ver la catedral de santa María Virgen, la catedral católica de la ciudad, a donde llegamos a la una del mediodía. Tanto por dentro como por fuera es bastante simple, con paredes blancas encaladas que me recuerdan a las de las casas de los típicos pueblos andaluces. Desde mi punto de vista, no tiene ni comparación con la catedral de Alexander Nevski, aunque me empieza a gustar la forma de todas las iglesias de Tallin, con esas paredes blancas y el tejado en punta de color verde.

Tras ver la catedral, damos una última vuelta hasta llegar a la torre Pikk Hermann, donde damos por concluida la visita a la zona de Toompea. Como he comentado, aparte de las espectaculares vistas de los miradores, solo destaca la catedral de Alexander Nevski y la catedral de santa María Virgen, por lo que la visita la realizamos muy rápidamente.

Recorriendo la Ciudad Baja.
Tras dar un pequeño paseo, llegamos a la plaza del ayuntamiento y nos disponemos a buscar un restaurante, tarea harto complicada ya que había que estar en todo momento esquivando a los representantes de los restaurantes de la plaza, que no te dejaban mirar la carta ni dos segundos sin molestarte. En ese momento, una tromba de agua impresionante empieza a caer sobre la ciudad. Afortunadamente, lo hace cuando nos disponemos a hacer un alto y parar para comer, y no cuando hemos estado en Toompea. Esperamos resguardados en un portal a que amaine un poco, momento en el que decidimos comer en un restaurante a apenas cincuenta metros de la plaza del ayuntamiento.

Tras comer, decidimos dirigirnos hacia la iglesia de san Olaf, desde donde se supone se tienen unas vistas espectaculares de la ciudad, a donde llegamos a las cuatro de la tarde. De camino, damos un pequeño paseo por la ciudad, conociendo lugares como las puertas Viru y el callejón de santa Catalina. No tengo palabras para expresar lo que me impactan las puertas Viru. No son gran cosa, una entrada a la ciudad, pero me cautivan instantáneamente. Sin lugar a dudas, es uno de los monumentos que más me ha gustado de todo el viaje. El callejón de santa Catalina también me gusta, aunque me lo imaginaba mucho más largo y espectacular.

Puertas Viru.

Tras llegar a la iglesia de san Olaf decidimos subir a la torre. Tras una subida un poco claustrofóbica, subiendo una escalera de caracol, llegamos a la cima. Y hablando rápido y mal, me cago. Supongo que será seguro, porque si no no dejarían subir a la gente, pero la sensación de fragilidad que da el mirador no la he visto en ninguna parte. En su favor hay que decir que está vallado, de forma que en principio uno no puede caerse. Pero el suelo consta de dos o tres listones de madera, y si hacia delante tienes una verja, hacia atrás no tienes una pared de piedra que dé sensación de robustez: tienes directamente el tejado de la iglesia. Además, no hay más de cuarenta centímetros de espacio entre tejado y verja, y al doblar la esquina tienes que ponerte de perfil ya que de frente no cabes. La verdad es que las vistas son bonitas, aunque prefiero las del mirador, pero el progresivo encapotamiento del cielo y la angustia que tengo no me permiten disfrutar mucho las vistas. Finalmente, tras ver cómo cae un rayo cerca de la ciudad, bajamos a toda prisa las escaleras. Cuando bajamos abajo, vemos un cartel donde se indica que el mirador está a 60 metros de altura y que el tejado tiene 63.7 metros de altura. Nadie diría a simple vista que el tejado era más alto que el resto del edifico. Vuelvo a mirar arriba y el mirador no da la sensación de fragilidad que me ha dado en directo: las apariencias engañan.

Vistas desde la iglesia de san Olaf.

Empleamos el resto de la tarde en dar un paseo por la ciudad de Tallin, llegando a otro de los lugares más conocidos de la ciudad: la torre de Margarita la Gorda, que me gusta bastante aunque no tanto como las puertas Viru. Tras seguir paseando, y como parece que no va a llover, la plaza del ayuntamiento nos llama para que tomemos algo y nos sentemos a descansar mientras contemplamos la plaza. La verdad es que me sorprende la poca cantidad de gente que se ven en las terrazas de la plaza del ayuntamiento; prácticamente somos los únicos que estamos tomando algo en nuestra terraza y en las de alrededor. Así, desde las seis y cuarto hasta las siete y cuarto, descansamos un poco con unas vistas preciosas del ayuntamiento de la ciudad, a cuya torre subiríamos al día siguiente. Tras descansar, decidimos dar otro paseo hasta que llega la hora de la cena.

Una cena medieval.
Decidimos ir a cenar a un restaurante muy típico de Tallin, el Olde Hansa, un restaurante decorado al estilo medieval, con mesas de madera, platos de carácter medieval, y donde los camareros visten como si estuvieran en plena Edad Media. Lo tienen muy bien montado, incluso el exterior, donde tienen montadas unas carretas con los menús junto con dos personas que cada cierto tiempo hacen un llamamiento a la gente, como si leyeran un bando, para que vayan a comer a su restaurante. Una tienda de recuerdos medievales, vasos, jarras y demás, también es de su propiedad. La verdad es que este restaurante cuadra bastante con el ambiente medieval de la ciudad. Además tiene algo que siempre he pensado que no debe costar demasiado a los restaurantes: menús en muchos idiomas, lo que le hace la vida más fácil al turista, sobre todo con los platos tan raros que hay en el restaurante. La comida la encuentro exquisita: el asado del Gran Caballero es un plato de carne asada acompañado con lentejas, una especie de pan de patata y unas pocas legumbres. Exquisito. Delicioso. Me siento como si estuviera alimentándome antes de una batalla.


Tras salir, decidimos dar un paseo por la ciudad, viendo los edificios iluminados. Aunque no anochece muy pronto, sí vemos que los 60 kilómetros respecto a Helsinki ayudan algo a que anochezca antes. Volvemos a ver las puertas Viru, que me han encantado, y hacemos varias fotos del ayuntamiento. Decidimos no esperar a que anochezca más; al día siguiente por la noche tomaríamos las fotos más entrada la noche.

Puertas Viru.

Ayuntamiento.

Gastos del viaje
Los gastos del primer día en Tallin se reducen básicamente, como en Helsinki, a los gastos en comida, ya que únicamente se pagó por subir al a iglesia de san Olaf.
  • Comida: 169.40 €
  • Iglesia de san Olaf: 8 €
  • Taxi: 10 €.
  • Varios: 15.90 €
  • Total: 203.30 €, 50.83 € por persona.

sábado, 25 de agosto de 2012

Día 4, miércoles 11 de julio de 2012: Helsinki

Tras despertarnos a las ocho y media, constatamos que nuestro primer y único día en Helsinki se presenta muy nublado, lo cual es una verdadera lástima. Decidimos despertarnos a esa hora intermedia debido a que aunque sabemos con certeza que tendremos tiempo de sobra para conocer la ciudad, decidimos no dormir demasiado no siendo que luego no nos dé tiempo a verlo todo.

La verdad es que en la planificación que hemos hecho me da la sensación que Helsinki es una ciudad muy fácil de visitar. Hay tres lugares que uno no puede perderse: la catedral ortodoxa de Uspenski, la catedral luterana de Helsinki (la joya de la corona de la ciudad) y la iglesia de Temppeliaukio (los nombres fineses son en ocasiones muy largos). Otra de las atracciones que para muchos es también imprescindible es el parque Sibelius. Estos lugares se encuentran prácticamente en una línea recta, mientras que el resto de lugares menores se encuentran en los alrededores de dicha línea, motivo por el que considero que Helsinki es una ciudad muy fácil de visitar.

Catedral de Uspenski y plaza del Mercado.
Salimos del hotel a las ocho y media y rápidamente constatamos que la catedral de Uspenski se encuentra más cerca del hotel de lo que pensábamos. Es verdad que en el mapa a mí me parecía que estaba bastante cerca del hotel, pero el día anterior en taxi nos dio la sensación de estar muy alejada. Así pues, en apenas cinco minutos llegamos a uno de los símbolos de Helsinki, una de las dos catedrales de la ciudad, que puede verse desde muchos puntos de esta. La verdad es que por fuera no me impresiona demasiado, y menos por dentro, ya que las pocas iglesias ortodoxas que he visto no me han atraído precisamente por su belleza interior. Me la esperaba distinta, aunque la verdad es que es curiosa su estampa, dominando la pequeña colina sobre la que se asienta, dándome la sensación de que es casi de juguete. La verdad es que es muy curiosa la vista de las dos catedrales, la blanca y la roja, tan cerca la una de la otra, dominando la ciudad de Helsinki.

Catedral de Uspenski.

Tras verla durante unos pocos minutos, nos dirigimos hacia el siguiente punto del itinerario: la plaza del Senado y sus alrededores. En la plaza del Senado está el lugar turístico más importante de Helsinki, su catedral luterana, y la mayoría de los lugares menores para el visitante. Así, lo primero que nos encontramos es la plaza del mercado, un clásico mercadillo donde además de venderse ropa y algunos souvenirs, se amontonan puestos de comida y de venta de pescado. No sé si es por el mal tiempo que hace, o por el olor a mar, que no me gusta mucho, pero no me parece en absoluto nada turístico. Me parece un mercadillo como cualquiera de los que he visto. Nos dirigimos a continuación hacia el cercano Mercado Central, donde entramos y donde constato que me gusta algo más que la plaza del mercado, lo cual no es complicado en absoluto. Lo encuentro bastante coqueto, aunque esperaba que me gustara más.

Catedral de Helsinki: impresionantemente bonita.
Tras verlo, nos dirigimos hacia la estrella del día: la plaza del Senado, donde se encuentra la famosa catedral de Helsinki, probablemente el edificio más famoso de todo el viaje que estamos haciendo. Nada más verlo quedamos todos maravillados: nos parece impresionante, majestuosa en la cima de la plaza del Senado, de un blanco intenso en contraposición con la catedral roja de Uspenski. Helsinki no me estaba gustaba hasta ese momento, pero ese edificio me encanta, como ya imaginaba. Es impresionante verlo coronando toda la plaza. No podemos dejar de sacar fotos. Una pena que el cielo esté tan encapotado. Sin embargo, el interior de la catedral es muy simple, sin adorno alguno, y no nos resulta atractivo en absoluto. Es el inconveniente que tiene el interior, que para verlo uno ha tenido que maravillarse antes con el exterior, y cualquier comparación es injusta.

Catedral de Helsinki.

Temppeliaukio, Sibelius, y visita sorpresa al estadio olímpico.
Tras las fotos correspondientes nos dirigimos hacia el siguiente punto del itinerario, la iglesia de Temppeliaukio. De camino, pasamos por distintos edificios menos famosos como la estación de tren, cuyas estatuas son más pequeñas de lo que esperaba, o el Parlamento, una mole de aspecto soviético; por un momento parece que hemos cambiado de país y estamos en una ex-república soviética. Finalmente, a las once y media llegamos a la iglesia de Temppeliaukio, una iglesia que se diferencia de las demás en que está excavada en roca. La verdad es que es muy bonita, pequeña, pero muy bonita. Me gusta porque se diferencia del resto de iglesias que uno está acostumbrado a ver en otras ciudades, y disfrutamos mucho el cuarto de hora que estamos en ella.

Temppeliaukio.

Continuamos y nos dirigimos al que en principio es el último punto del recorrido, el famoso parque Sibelius, donde en principio cuando hace viento, como es el caso, una escultura formada por tubos emite un sonido bastante curioso. Tras andar durante media hora sin ver nada interesante, llegamos al parque Sibelius justo cuando las nubes amenazan con una tormenta épica. Afortunadamente, podemos hacer unas pocas fotos antes de que un autobús lleno de turistas aparque y la zona se llene de ellos. No sé si es que me esperaba algo distinto, pero no me parece nada destacable la escultura. No es fea, incluso podría decir que es bonita, rara, pero únicamente destaca porque en el resto de la ciudad no hay, al menos para mí, muchas cosas que destaquen.

Estatua en el parque Sibelius.

Cuando pienso que con la visita a Sibelius finaliza la visita matutina a la ciudad, mi padre nos comenta que le gustaría ver el cercano estadio olímpico, donde se celebraron los Juegos Olímpicos de 1952. Cuando llegamos, tras diez minutos andando, el cielo amenaza con una tormenta inolvidable. La verdad es que me encuentro un poco negativo y no me atrae en absoluto la idea de visitar la zona del estadio olímpico. De hecho, cuando llego, presto más atención a una escultura del mítico atleta Paavo Nurmi que al propio estadio en sí. Tras dar un paseo con mi padre por los alrededores, mientras observamos cómo varios equipos de niños de no más de cinco años juegan un torneo, nos acercamos hasta el estadio olímpico, donde preguntamos si es posible subir a la torre del propio estadio. Tras respondernos que la subida cuesta cinco euros, preguntamos a mi madre y a mi hermano a ver si alguno de ellos quiere subir, ya que a mí no me apetece en absoluto, puesto que no creo que las vistas merezcan la subida. Así, mientras suben mi hermano y mi padre, mi madre y yo nos quedamos esperando en un banco. Cuando vuelven, nos responden lo que yo esperaba: mi hermano piensa que las vistas no son nada del otro mundo y a mi padre le parecen muy bonitas. Aunque bueno, cuando viaja, a mi padre le haces visitar una pared blanca y le parece espectacular. Tras ver las fotos que ha sacado mi hermano, creo que me uno a su conclusión: una visita totalmente descartable.

Vistas desde la torre del estadio olímpico.

Así, a la una del mediodía damos por finalizada la visita a Helsinki, ya que hemos visto todo lo que teníamos pensado ver en el día. Cogemos un tranvía que nos lleva hasta el hotel, a donde llegamos poco antes de las dos menos cuarto y donde dejamos algunas cosas para andar más cómodos por la tarde, y buscamos un restaurante en el centro de la ciudad. Encontramos un italiano, no hacemos más que comer en italianos en este viaje, donde no comemos excesivamente bien.

Suomenlinna: algo había que hacer por la tarde.
Tras la comida, toca decidir qué hacer durante la tarde. Una de las mayores atracciones turísticas de Helsinki es la fortaleza marítima de Suomelinna, que se encuentra a apenas quince minutos en barco de Helsinki. No esperábamos que nos diera tiempo a verla, pero como una vez más vemos las ciudades más rápido de lo esperado, tenemos toda la tarde para dedicarle a la fortaleza. Así, compramos unos billetes para un barco que sale a las cuatro de la tarde, y a las cuatro y cuarto nos encontramos ya en la fortaleza. La empezamos a recorrer, dando un paseo viendo el paisaje, porque no hay gran cosa que ver, y cuando llegamos al extremo norte de la isla me doy cuenta que he interpretado mal el mapa, ya que en realidad yo quería ver el extremo sur, donde se tiene la imagen más conocida de Suomelinna, con sus fortalezas. Sin embargo, y a pesar de que por la tarde nos está haciendo un día soleado, nos vemos muy desanimados como para dirigirnos hacia el sur de la isla y luego volver hacia el norte, ya que el embarcadero está en el centro de la isla. Así, a las cinco y media, poco más de una hora después de la llegada a Suomelinna, cogemos el barco hacia el Helsinki, a donde llegamos quince minutos más tarde. No es que la isla me haya disgustado, es que no me ha parecido que tenga nada que ver, y solo la visitaría en casos como el nuestro, que tenemos toda la tarde por delante tras haber visto Helsinki.

Isla de Suomelinna.

Paseo final por Helsinki.
Tras llegar de nuevo a Helsinki, aprovechamos la buena tarde que hace para hacer de nuevo una amplia sesión de fotos de la plaza del Senado, pero esta vez con sol. Tras dicha sesión de fotos, nos dirigimos al hotel para descansar un poco antes de salir a cenar. Lo poco que queda de día transcurre con mucha normalidad. Tras llegar al hotel poco después de las seis y cuarto y descansar durante poco más de una hora, a las siete y media salimos en la búsqueda de otro restaurante, encontrando otro, cómo no, italiano enfrente de la estación de tren. Tras cenar mejor que lo que habíamos comido, nos dirigimos hacia el hotel pasando de nuevo por la plaza del senado para hacer fotos de esta atardeciendo, a pesar de que son las once de la noche pasadas. Descartamos quedarnos un rato para poder sacar fotos nocturnas porque seguramente tendríamos que habernos quedado esperando hasta la una de la madrugada. Esa ha sido mi mayor pena en Helsinki: no haber podido fotografiar de noche la catedral blanca.

Catedral de Helsinki.

Gastos del día.
Los gastos del día se limitaron únicamente a las dos comidas y al viaje en barco que realizamos para ir a la isla de Suomelinna, así que se puede decir que fue uno de los días de menor gasto de todo el viaje.
  • Comida: 112.10 €
  • Barco: 26 €
  • Torre del estadio olímpico: 10 €
  • Total: 34.53 € por persona.

jueves, 23 de agosto de 2012

Día 3, martes 10 de julio: Skansen y paseo final por la ciudad

Comienza nuestro último día en Estocolmo y tenemos que decidir qué queremos ver. En los dos días anteriores hemos recorrido toda la ciudad, algunas zonas como Gamla Stan varias veces, hemos realizado el típico paseo en barco y hemos visto el museo Vasa, además de ver Estocolmo desde distintos miradores de la ciudad, como desde la torre del ayuntamiento o desde Catalina. Tras mirar la guía constatamos que en la ciudad hay dos cosas que no hemos visto: el interior del Palacio Real y el museo Skansen, sin contar el palacio de verano de Drottningholm, que se encuentra a unos kilómetros de la ciudad y que habíamos decidido no ir porque no queríamos emplear toda la mañana en verlo.

La verdad es que no sabemos muy bien por qué opción decidirnos. Por un lado, estamos seguros de que el Palacio Real nos gustará, pero pagar 150 coronas cada uno nos parece a todas luces excesivo, máxime cuando no es que sea el palacio más bonito y famoso de Europa. Skansen, de precio similar, no me atrae demasiado, pero consideramos que es algo mucho más típico de Estocolmo y algo diferente respecto a lo que se puede ver en otras ciudades. Además, en algo tenemos que dedicar el día, ya que nuestro avión no sale hasta las 20:35, por lo que puede decirse que tenemos casi el día entero para dedicarle a la ciudad.

Skansen: un viaje al siglo XIX.
Así, tras despertarnos a las ocho y media, y tras desayunar y hacer el checkout, salimos a la calle rumbo a Skansen, tras pasear un rato viendo los alrededores del hotel, incluyendo la iglesia Adolf Frediks Kyrka, a la que dedicamos unos minutos puesto que aparece en nuestra guía. Como Skansen se encuentra bastante alejado, compramos unos tickets para el tranvía que encontramos increíblemente caros. Nos montamos en Sergerls Torg en un tranvía lleno hasta los topes que nos lleva dando un bonito paseo por Strandvägen, haciendo el mismo recorrido que hicimos andando dos días atrás para ir al museo Vasa, y que nos deja en Skansen a las once menos diez. Hemos gastado ya media mañana, gracias a que hemos podido dedicar este día a dormir un poco más.

Tras pagar la entrada, nos dirigimos hacia el interior del museo. Skansen es un museo al aire libre donde se muestra cómo se vivía en Suecia en el siglo XIX. Así, está lleno de diferentes casa típicas suecas, con muebles en muchos casos originales, además de haber distintas casas en cuyo interior se realizan trabajos artesanales como carpintería, mecánica o panadería. Por otra parte, en un extremo del museo hay un pequeño zoo con osos y animales marinos que hacen las delicias de los niños. No me llama demasiado, pero no me arrepiento de haber ido: es una de las cosas típicas de Estocolmo, y seguramente hemos dedicado más tiempo del que le habríamos dedicado al Palacio Real, así que podría decirse que hemos aprovechado más la mañana.

Skansen.

Vistazo final a Gamla Stan.
A las doce y media damos por finalizada nuestra visita a Skansen y nos dirigimos en tranvía hasta el final, o el comienzo según se mire, de Strandvägen, el boulevard que tanto nos había gustado el primer día. Allí, volvemos a ver uno de los edificios que más me han gustado de Estocolmo, el Kungliga Dramatiska Teatern. Tras hacer unas cuantas fotos por última vez de las vistas que se tienen de Estocolmo en general y de Gamla Stan en particular, nos dirigimos a comer a Gamla Stan, tras conseguir entrar en la Jacobs Kyrka, la iglesia que tanto destaca por fuera con su color rojizo. Al igual que la mayoría de las iglesias que he visto, el interior me parece demasiado soso.

Tras comer en el mismo italiano que el día anterior nos pasamos la tarde dando vueltas por la ciudad sin saber muy bien a dónde dirigirnos. Podríamos haber ido al Palacio Real, pero estamos un poco desganados como para gastarnos 600 coronas para ver un palacio que seguramente veamos en media hora. En ese momento pensamos en lo bien que nos habría venido tener el avión unas horas antes. Aunque nunca se sabe, basta que hubiéramos tenido el avión antes para que hubiéramos estado muy agobiados.

Adiós Estocolmo. Hola Helsinki.
Finalmente, como no tenemos nada mejor que hacer, vamos al hotel, recogemos las maletas, constato que no saben en Recepción de un reloj que estoy completamente seguro de haberme olvidado en la habitación, y cogemos un taxi que nos deja en Arlanda a las 18:16. El taxista, un somalí muy majo con el que hablo todo el trayecto, se lleva de regalo los tickets del tranvía que nos sobraron: estamos generosos tras habernos encontrado 450 coronas en una calle de Estocolmo. Tras hablar, con mucha sorpresa por nuestra parte, en castellano con la chica del mostrador de Finnair y matar el tiempo jugando a las cartas en el que seguramente sea el aeropuerto más vacío que he visto en mi vida, el avión de Finnair realiza el trayecto entre Estocolmo y Helsinki en apenas cuarenta minutos, llegando a las diez y veinte hora finlandesa. El trayecto lo realizamos muy cómodamente, en un avión de cuatro plazas por fila, y, aunque Finnair no tiene todas las comodidades de Lufthansa, al menos nos dan algo de beber.

Tras recoger nuestras maletas cogemos un coche cuyo taxímetro aumenta a la velocidad de la luz. Nos damos cuenta de que todavía es de día siendo la hora que es, por lo que tras llegar al hotel, que es una antigua cárcel transformada, decidimos no salir a dar ninguna vuelta: son las once y media y al día siguiente queremos madrugar, y con la claridad que hay no parece que vayamos a ver la ciudad muy distinta a como la veremos al día siguiente durante el día.

Pasillo del hotel.


Habitación del hotel.

Gastos del viaje.
El último día en Estocolmo resultó bastante barato, debido a varios motivos. El primero de ellos es que apenas nos quedaban sitios turísticos por conocer, por lo que únicamente gastamos dinero en Skansen. Por otro lado, íbamos a cenar un bocadillo en el aeropuerto, por lo que nos ahorrábamos una comida. Y por último, el encontrarse 450 coronas en la calle ayuda bastante.
  • Comida: 664 coronas
  • Skansen: 200 coronas
  • Tickets del tranvía: 200 coronas
  • Taxi de Estocolmo: 420 coronas
  • Varios: 52 coronas.
  • Taxi de Helsinki: 49.60 €.
  • Total: 179.85 €, 44.96 € por persona aproximadamente.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Día 2, lunes 9 de julio de 2012: Torre del ayuntamiento, Gamla Stan y paseo en barco)

Comienza el día en el que según las previsiones iba a ser el de mejor tiempo en Estocolmo, previsiones que constatamos que van a ser ciertas cuando tras despertamos a las ocho menos cuarto observamos que el sol luce sobre toda la ciudad. Tras desayunar nos dirigimos de nuevo al ayuntamiento, con la intención de subir a la torre y poder contemplar las que se suponen que son las mejores vistas de la ciudad. Nos habría gustado ver el ayuntamiento y subir a la torre el mismo día, pero el día anterior no habría merecido la pena subir a la torre, así que a pesar de que ir dos veces al ayuntamiento no es lo óptimo en cuanto a la distribución del tiempo, no nos quedaba otra.

Torre del ayuntamiento: las mejores vistas de la ciudad.
Llegamos al ayuntamiento minutos después de las nueve y cuarto, y nos enteramos que la subida a la torre debe realizar en grupos cada cierto tiempo, y el primer turno era el de las nueve y cuarto, así que tenemos que esperar al siguiente turno, a las diez menos diez. En su día lo había leído pero me había olvidado por completo: error de planificación. Como no hay mal que por bien no venga, sacamos los tickets, los primeros de la tanda de las diez menos diez, y nos pasamos la media hora que teníamos que esperar sacando fotos de las vistas de Estocolmo desde el ayuntamiento, ya que el día anterior no se veía la ciudad debido al manto de niebla que lo cubría todo. La verdad es que es un sitio precioso para hacer fotos. Además, damos un breve paseo por la zona buscando un edificio que quiere ver mi padre y que desgraciadamente no encontramos.

A las diez menos diez subimos a la torre, y por fin puedo contemplar lo que más ganas tenía del viaje: las vistas de Estocolmo desde la torre del ayuntamiento. Como he comentado, tenía ganas de ir a Estocolmo desde que vi una foto de la ciudad, no sé si aérea o desde la torre del ayuntamiento, en un establecimiento de IKEA. No sé si desde la torre del ayuntamiento tengo la misma perspectiva que en aquella foto, pero me da igual: las vistas son preciosas, maravillosas. Al instante me doy cuenta que este momento es uno de los momentos top del viaje. El día es claro y muy soleado, y las vistas son absolutamente impresionantes. Se puede decir que subiendo a la torre del ayuntamiento he visto lo que más ganas tenía del viaje. No me canso de verlas, y es que las vistas de Riddarholmen, en un primer plano, y de Gamla Stan detrás, son maravillosas.

Riddarholmen en primer plano y Gamla Stan detrás desde la torre del ayuntamiento.

Recorriendo Gamla Stan.
Tras ver las vistas de Estocolmo desde el ayuntamiento, y tras una nueva sesión de fotos una vez bajamos de la torre, nos dirigimos hacia Gamla Stan, la ciudad vieja, con el objetivo de recorrer sus calles y conocerla a fondo. Como he comentado, todo esto queríamos hacerlo el primer día, pero cambiamos de planes debido al mal tiempo que hacía. Además, no teníamos que perder de vista que a las doce queríamos ver el cambio de guardia en el Palacio Real y que además queríamos ver las vistas desde el mirador de Catalina antes de comer, para asegurarnos también el buen tiempo con esas vistas.

Ayuntamiento de Estocolmo.

Así, en primer lugar nos dirigimos hacia la coqueta isla de Riddarholmen. No hay mucho que ver aparte de la Riddarholmskyrkan y de la Birgerls Jarn Torn, pero las vistas del ayuntamiento que se tienen desde allí son preciosas, sobre todo si se consigue una foto con la estatua del trovador en primer plano y el ayuntamiento de fondo. Como he comentado, en Riddarholmen no hay mucho que ver, siendo lo más importante la Riddarholmskyrkan, donde están enterrados los restos de la mayoría de los monarcas suecos. Nos decidimos a entrar, pero observamos que cobran entrada y no consideramos que merezca la pena pagar por entrar en dicha iglesia, ya que tenemos la sensación de que el interior de las iglesias escandinavas será muy sobrio, así que nos conformamos con verla por fuera.

Así, nos dirigimos hacia Gamla Stan, donde recorremos, por primera vez con sol, las calles que habíamos visto durante la tarde lluviosa y durante la noche del día anterior. La verdad es que durante el día tiene un aspecto muy agradable, lleno de gente paseando por sus calles llenas de comercios y restaurantes. Descubrimos con sol la famosa plaza de Stortorget, que como he dicho no convence en absoluto a mi padre debido a su sencillez. A mí tampoco es que me deslumbre, pero me parece muy coqueta y no me desagrada en absoluto.

Stortorget.

Además de pasear por sus callejuelas, entramos en la catedral, Storkyrkan y en la iglesia alemana, la Tyska kyrka. Esta última me parece muy sosa por dentro, gustándome sobre todo por fuera, con esa aguja que se puede ver desde muchas calles de Gamla Stan. Storkyrkan me gusta en cambio bastante más, sobre todo la escultura de san Jorge matando el dragón. A pesar de la sobriedad de esta iglesia, en la línea de las iglesias del norte de Europa, que suelen ser bastante más sobrias que las centroeuropeas, que en numerosas ocasiones están muy cargadas de adornos, la limpieza de la paredes de Storkykan hace que no me desagrade en absoluto esta iglesia, aunque por supuesto prefiero las iglesias barrocas que he visto en otras ciudades. De todas formas, considero que merecen la pena las 160 coronas suecas que hemos pagado en total por entrar en la iglesia.

Cambio de guardia: sorpesa final.
A las doce menos cuarto dirigimos nuestros pasos hacia el Palacio Real, que ya habíamos visto varias veces en nuestro paseo, con el objetivo de ver el cambio de guardia. La espera, bajo un sol abrasador, se me hace interminable, sobre todo tras constatar que parece que me he equivocado y que el cambio de guardia comienza a las doce y cuarto, no a las doce. No me disgusta el cambio de guardia, pero me quedo con el de Praga, que me gustó mucho más, quizá por ser el primero que vi en mi vida, ya que apenas tengo recuerdos del de Londres. Sin embargo, la espera merece la pena puesto que al final puedo escuchar una preciosa versión de Slipping through my fingers, de ABBA, por parte de la guardia real. La verdad es que la cara de sorpresa que pongo al darme cuenta que aquella canción que me sonaba era de ABBA no debe dee tener precio. Supongo que, salvando las distancias, sería la misma que si escuchara en Madrid una versión de Mecano tras el cambio de guardia en el Palacio Real.

Cambio de guardia en el Palacio Real.

Mirador de Catalina: otras vistas impresionantes.
Con la melodía de Slipping through my fingers todavía en la cabeza, nos dirigimos hacia el sur de Gamla Stan, donde se encuentra el mirador de Catalina, a donde se sube por medio del ascensor del mismo nombre. Cuando llegamos, vemos el ascensor vacío y con el aspecto de no haberse usado en los últimos cincuenta años. Afortunadamente, rápidamente encontramos una forma de ascender al mirador subiendo unas escaleras que se encuentran a unos cincuenta metros del ascensor. En el mirador de Catalina observamos mucha menos gente que en el de la torre del ayuntamiento, y las vistas son también impresionantemente bonitas. 

Vistas desde el mirador de Catalina.

Paseo antes de comer.
Tras unos cuantos minutos haciendo fotos y tras dar un pequeño paseo por la zona de Soddermalm buscando infructuosamente un lugar desde donde habíamos visto que también se tenían bonitas vistas, damos por finalizada la visita matutina y nos dirigimos en busca de un restaurante en Gamla Stan. Como no queremos pensar mucho, tiramos por lo fácil y nos dirigimos hacia un italiano que se encuentra a unos pocos metros del italiano del día anterior, el que habíamos descartado. La elección no puede ser más acertada: me como una lasaña exquisita mientras mis padres comen un risotto que les sabe a gloria y mi hermano una pizza deliciosa. De las veces que más a gusto he comido en un italiano.

Mårten Trotzigs gränd, la calle más estrecha de Estocolmo.

Paseo en barco por Estocolmo: un poco largo.
Con la sonrisa en la boca tras la deliciosa comida, toca decidir qué queremos ver por la tarde. Decidimos aprovechar la buena tarde que hace para dar un paseo en barco, otro de los imprescindibles en Estocolmo. Dudamos entre un paseo en barco de cincuenta minutos, el que yo prefiero, o uno de hora y cincuenta minutos muy típico de la ciudad que se llama Under the Bridges. La verdad es que me parece que hora y cincuenta minutos son demasiados, pero mi padre tiene muchas ganas de hacerlo así que como tenemos tiempo de sobra nos decidimos por este último, con la grandísima suerte de que cogemos los tickets diez minutos antes de su salida, prevista para las cuatro de la tarde. Como esperaba, el crucero se nos hace demasiado largo, gustándome únicamente los primeros y los últimos minutos, aquellos que discurren cerca de la ciudad, y en los que por tanto se ve la ciudad desde otra perspectiva.

Estocolmo visto desde el barco.

Paseo final por los alrededores del hotel.
A las seis de la tarde, y una vez en tierra firme, toca decidir qué continuar viendo. Decidimos ir a ver las famosas estaciones del metro de Estocolmo, tres de las cuales, Kungsträdgården, T-Centralen y Radhuset destacan sobre las demás y se encuentran además consecutivamente en la misma línea cerca de nuestro hotel. Estas estaciones son muy curiosas, puesto que en muchas de ellas las paredes son la propia roca del subsuelo, además de estar pintadas de forma muy colorida. Como ya había muchas cosas cerradas, como el Palacio Real o el museo Skansen, entendemos que es lo mejor que podemos hacer en ese momento. Sin embargo, cuando llegamos a la parada del metro observamos que justo las estaciones que queremos ver, junto con alguna otra, se encuentran cerradas al público por unas obras que habían empezado el 25 de junio y que acabarían, en principio, el 22 de octubre. Por dos semanas nos quedamos sin ver las famosas estaciones de metro. Una pena, aunque me consuelo pensando que peor habría sido no haber podido ver las estaciones de metro de Moscú.

Tras este pequeño contratiempo decidimos dirigirnos hacia el hotel y aprovechar para dar una pequeña vuelta por sus alrededores, observando los distintos edificios famosos como las torres Kungstornen o el Konzerthuset, edificio donde se celebra la entrega de los Premios Nobel y que no nos gusta demasiado. Finalmente, minutos antes de las siete menos cuarto, llegamos al hotel para descansar un rato antes de volvernos a poner en marcha.

Ice bar: un bar distinto a los demás.
Tras descansar en el hotel apenas una hora, nos dirigimos hacia el lugar donde asesinaron a Olof Palme, seguramente uno de los políticos europeos más conocido y querido del siglo XX. Tras ver una placa conmemorativa, nos dirigimos hacia el cercano bar de hielo, que nos parece una curiosidad que no podemos desaprovechar, ya que si no es allí no lo vamos a ver en ningún sitio. En el bar de hielo lo pasamos estupendamente bien, nos hacemos unas cuantas fotos y bebemos un traguito de vodka Absolut con algo de naranja y algún otro ingrediente que nos sabe a gloria. Está muy poco cargado, pero lo agradecemos siendo la hora que es. A los 20 minutos, sin esperar los cuarenta que podíamos estar, salimos del bar con la sensación de que sin duda ha merecido haber entrado.

Ice Bar.

Último paseo nocturno en Estocolmo.
Tras dar una vuelta por la zona, decidimos entrar en un Friday's, donde ceno una hamburguesa un poco menos rica de lo que esperaba y un brownie que no le llegaba a la suela del zapato al que me comí en el Friday's de Budapest. Tras cenar, me dirijo con mi padre a Gamla Stan para hacer las últimas fotos nocturnas de la ciudad. Me parece muy curioso lo desangelado que está a esas horas de la noche, costando encontrar gente por las calles, comparado con lo bulliciosa que se mostraba esa misma mañana. Es verdad que es lunes, pero no es menos cierto que es una zona con muchos restaurantes que en cualquier otra ciudad estaría a rebosar de turistas cenando en restaurantes.

Calle de Gamla Stan.

Calle de Gamla Stan.

Finalmente, minutos después de las doce de la noche llegamos al hotel tras haber visto por última vez la noche de Estocolmo.

Gastos del viaje.
El día de hoy fue un poco más caro de lo habitual ya que se hizo una visita en barco y se visitaron varias cosas, entre ellas el bar de hielo, que era bastante más caro que muchos de los lugares de Estocolmo.
  • Comida: 1414 coronas.
  • Barco: 840 coronas.
  • Ice bar: 760 coronas.
  • Ayuntamiento: 160 coronas.
  • Catedral: 160 coronas.
  • Varios: 158 coronas.
  • Total: 3492 coronas, 418.83 €, unos 104.71 € euros por persona.

lunes, 20 de agosto de 2012

Día 1, domingo 8 de julio de 2012: Estocolmo (Ayuntamiento, Museo Vasa y Skeppsholmen)

Por fin comienzan las vacaciones de verdad. Ponemos el despertador a las 7:45 de la mañana y observamos que el cielo está bastante encapotado pero que no llueve, y, sobre todo, no hay ni rastro de la tormenta que aparecía en algunas de las previsiones. El plan inicial para el primer día era ir a ver el ayuntamiento de la ciudad y subir a su torre, desde donde veríamos una de las vistas más típicas y espectaculares de la ciudad. Seguidamente, pasaríamos el día recorriendo las calles de Gamla Stan, el casco antiguo de Estocolmo y una de sus principales atracciones turísticas.

Sin embargo, las previsiones del tiempo nos hicieron cambiar de planes, ya que lloviendo no merecía la pena subir a la torre del ayuntamiento, y menos pasear por Gamla Stam, ya que tendríamos que estar todo el rato con el paraguas, y no queríamos visitar lo mejor de la ciudad en el peor día. Así, como las previsiones para el lunes eran de muy buen tiempo, decidimos dejar Gamla Stan, lo más bonito del viaje, para dicho día, y comenzar la mañana con la visita al ayuntamiento y continuar con el museo Vasa, para intentar aprovechar y hacer las visitas a los interiores de los edificios el día que hiciera mal tiempo.

Visitando el ayuntamiento.
Así, nos pusimos en marcha dirección al ayuntamiento, a donde llegamos a las nueve y veinte de la mañana. Tras sacar las entradas para la visita guiada en castellano, que comenzaba a las diez de la mañana, nos dedicamos a rodear el edificio y sacar las primeras fotos de la ciudad, en un ambiente bastante londinense ya que la niebla apenas impedía ver a unas pocas decenas de metros, y sobre todo, impedía atisbar Gamla Stan, que se encontraba en una isla cercana.

Vista de Gamla Stan desde un puente cercano.

Por fin, a las diez de la mañana da comienzo la visita guiada en castellano, que más bien parece una visita privada, pues apenas éramos siete personas en el grupo. La verdad es que algunas salas del ayuntamiento son una auténtica pasada, como la Sala Azul, impresionante con sus ladrillos rojos, y el Salón Dorado, y los cuarenta y cinco minutos de visita no se me hacen para nada pesados aunque, obviamente, yo por mi cuenta la habría hecho en la mitad de tiempo.

Sala Azul del ayuntamiento.

Museo Vasa: jamás vi nada parecido.
Al salir del ayuntamiento vemos que la niebla ha levantado, aunque el cielo permanece igual de encapotado. Por ello, decidimos ir dando un paseo hasta el museo Vasa, uno de los puntos turísticos más importantes de la ciudad, y que se encuentra en el otro extremo de esta. Yo prefiero ir en tranvía, pero mi padre insiste en ir andando, ya que de esa forma podríamos conocer un poco la ciudad y pasear por Strandvägen. Tras treinta y cinco minutos andando, a las once y media llegamos al museo Vasa, pudiéndose decir que el paseo ha merecido la pena, ya que hemos podido ver edificios preciosos como el Kungliga Dramatiska Teatern y, sobre todo, hemos podido pasear por el boulevard Strandvägen, uno de los lugares más bonitos de la ciudad.

Boulevard Strandvägen.

La única pega del paseo es que tardamos un rato en llegar al museo Vasa y al llegar a media mañana hay una considerable cola. Aun así, esta avanza rápidamente y en poco menos de media hora, minutos antes de las doce, entramos en el museo Vasa, donde se encuentra el famoso buque que permaneció 333 años hundido en las aguas de Estocolmo. La verdad es que es impresionante, impactándome muchísimo, ya que me esperaba un buque bastante más pequeño. Pero es, o me lo parece, increíblemente grande, y nos pasamos una hora entera dando vueltas a su alrededor y viendo los distintos objetos que se muestran en el museo. La verdad es que nunca había visto nada semejante y desde luego es uno de los lugares que más me ha gustado del viaje.

Vasa.

A la una salimos del museo Vasa y nos dedicamos a dar una vuelta por los alrededores, viendo entre otros el Nordiska Museet, que me parece muy bonito por fuera, siendo uno de los edificios que más me ha gustado de Estocolmo, o el monumento a las víctimas del Estonia, que tenía ganas de ver porque su hundimiento se citaba en una de las novelas del inspector Kurt Wallander. Tras recorrer de nuevo el boulevard de Strandvägen, a las dos y cuarto entramos en un restaurante cercano a la Jakobs Kyrka, la iglesia de san Jacobo, en las inmediaciones de Gamla Stan.

Skeppsholmen: preciosas vistas de Gamla Stan.
Tras comer durante una hora, reanudamos la visita a la ciudad. Decidimos ir hacia la isla de Skeppsholmen, que no tiene gran atractivo salvo las vistas que se tienen de Gamla Stan desde ella, unas vistas que son preciosas. A pesar de las vistas, Skeppsholmen no da para mucho más, por lo que tras dar un pequeño paseo para conocerla, a las cinco llegamos al Palacio Real, que se encuentra cerca de una de las entradas de Gamla Stan. A pesar de que no tenemos previsto ver Gamla Stan en el día de hoy, aun son las cinco de la tarde, así que decidimos que podemos entrar para dar un pequeño paseo y conocerla un poco, a pesar de que al día siguiente recorreríamos las mismas calles con sol. Así, entramos en el casco antiguo, y nos pasamos cuarenta minutos recorriendo sus calles, viendo entre otras cosas la plaza de Stortorget, la más conocida de la ciudad y famosa por el baño de sangre que hubo en ella en 1520. La encuentro bastante coqueta, aunque a mi padre no le gusta en absoluto, quizá porque la compara con la Grand Place de Bruselas, que no se le parece en nada, y por ello cualquier plaza pierde en  comparación. Además de dicha plaza, en el recorrido de las calles vemos distintas iglesias como la catedral o la iglesia alemana, y echamos un ojo a posibles restaurantes para la cena.

Vistas de Gamla Stan desde Skeppsholmen.

Paseo nocturno por Gamla Stan.
A las seis menos veinte se pone a llover por primera vez en el día y decidimos volver al hotel dando un paseo, a donde llegamos a las seis y cuarto. Tras descansar durante poco más de una hora, salimos a dar una vuelta para hacer hambre antes de comer. En nuestro recorrido, vemos la Konzerthuset, un edificio azul donde cada año se realiza la entrega de los premios Nobel. Finalmente, llegamos a Gamla Stan y tras dudar entre dos restaurantes italianos, entramos en el que consideramos que vamos a comer mejor. No comemos mal, pero desde luego bastante peor de lo que esperábamos en un principio. Tras cenar, damos un pequeño paseo por Gamla Stan, y a las once y cuarto de la noche llegamos al hotel. El primer día en Estocolmo ha finalizado con éxito: hemos visto el ayuntamiento y el museo Vasa y hemos paseado por distintos lugares de la ciudad, entre ellos Gamla Stan, que veríamos al día siguiente, ya con sol, y Skeppsholmen.

Callejuela de Gamla Stan.

Stortorget de noche.

Gastos del día.
Aparte de los gastos en comida y cena que hacemos todos los días, este día únicamente hemos gastado en las entradas del museo Vasa y en el ayuntamiento. Aunque el museo no me ha parecido excesivamente caro para ser Suecia, considero que en un país del sur de Europa sería quizás un poco más barato.
  • Comida: 1385 coronas
  • Museo Vasa: 410 coronas
  • Ayuntamiento: 340 coronas
  • Varios: 82 coronas
  • Total: 2217 coronas, 265.90 €, 66.50 € por persona aproximadamente.



domingo, 19 de agosto de 2012

Día de salida, sábado 7 de julio de 2012

Por fin llega el día en que empezamos nuestras vacaciones. Como el avión sale a las 14:25, salimos con tiempo de casa para no andar agobiados en el aeropuerto, llegando dos horas antes de la salida del vuelo. De camino al aeropuerto, observamos que hace un día soleado y perfecto para ir a la playa, mientras que nosotros iniciamos las vacaciones de verano yendo a lugares donde las previsiones meteorológicas no son nada halagüeñas.

Coronas suecas preparadas para el viaje.

A la una menos veinte, veinte minutos después de coger el bus, llegamos al aeropuerto. Aunque vemos mucha cola en el mostrador de Lufthansa, esta avanza rápidamente y en pocos minutos estamos ya comiendo un bocata de tortilla en la terminal del aeropuerto. A las dos y media, y con apenas cinco minutos de retraso, nuestro avión despega puntual dirección Frankfurt, a donde llega a las cinco menos veinte, tras pasearse durante veinte minutos por el aeropuerto. El vuelo discurre con normalidad y con todas las comodidades que ofrece Lufthansa a la clase turista, aunque no me preguntan tantas veces si quiero más zumo como en los vuelos a Moscú...

Tras dos horas de espera en Frankfurt, que se nos hacen interminables, el avión despega a las ocho de la tarde rumbo a Estocolmo, el primer destino del viaje, a donde llega a las diez menos veinte de la noche, veinte minutos antes del horario previsto. Por fin, pongo pie en Suecia, país al que tantas ganas tenía de conocer, y vislumbro por primera vez el aeropuerto de Arlanda, que tantas veces había imaginado mientras leía las novelas de Henning Mankell.

Tras pagar al taxi 420 coronas suecas, pues habíamos comprobado que nos salía más barato ir en taxi que en el Arlanda Express, llegamos a nuestro hotel a las once menos cuarto, tras sorprendernos de lo lejos que está el aeropuerto de la ciudad. No es que sea una barbaridad, pero veinticinco o treinta minutos no te los quita nadie. Así, a pesar de todas las comodidades del avión, llegamos al hotel once horas después de haber salido de casa, que se dicen pronto, pero que sobre todo en un vuelo de vuelta se nos van a hacer interminables. Es la desventaja de no vivir en ciudades grandes donde seguramente hubiera tenido un vuelo directo con Estocolmo.

Mientras el taxi nos lleva al hotel podemos contemplar los edificios y las calles de los alrededores, que me dan una sensación de limpieza y elegancia. Esos pocos minutos vislumbrando la ciudad a través de las ventanillas del coche me hacen darme cuenta que me va a encantar la ciudad. No puedo creérmelo: por fin estoy en Estocolmo.

Tras dejar las cosas en el hotel y cenar un bocadillo que traíamos de casa, decidimos salir a dar una vuelta con el objetivo de hacernos una idea del tamaño de la ciudad. Tras un pequeño paseo por el centro buscando el lugar donde asesinaron a Olof Palme, nos dirigimos hacia el Parlamento, en la entrada a Gamla Stan, pasando previamente por Sergerls Torg, donde vemos el obelisco iluminado. Decidimos no entrar a callejear por Gamla Stan debido a que ya son las once y media de la noche, así que nos conformamos con unas fotos nocturnas de la ópera, el Palacio Real y el ayuntamiento de fondo. La verdad es que tiene muy buena pinta esta ciudad y nos vamos a la cama con la sensación de que nos va a gustar mucho. A las doce y cuarto de la noche ya estamos metidos en la cama: al día siguiente comienzan nuestras vacaciones de verdad.

Habitación del hotel de Estocolmo.

Gastos del día:
Obviamente, los gastos de este día se debieron casi exclusivamente al del taxi que nos llevó del aeropuerto al hotel. El resto de gastos se debieron a compras varias que se realizaron en los aeropuertos, como botellines de agua y demás.
  • Taxi: 420 coronas suecas
  • Varios: 5.70 €
  • Total: 56 €, 14 € por persona aproximadamente.