sábado, 25 de mayo de 2013

Día 3, lunes 29 de abril de 2013: Museo del Louvre, Barrio Latino, jardines de Luxemburgo y Centro Pompidou.

La mañana del tercer día teníamos programada la visita al museo del Louvre. Habíamos decidido ir el lunes ya que los martes cierra el museo y el miércoles, al ser 1 de mayo, iba a cerrar también, por lo que pensamos que yendo ese día nos evitaríamos las aglomeraciones del fin de semana, ya que suponíamos que, por muy importante que fuera el Louvre, siempre habría menos gente en lunes que en fin de semana.

Museo del Louvre: el museo más famoso del mundo.
Como el museo abría a las nueve, volvemos a poner el despertador a las siete y media de la mañana. En menos de hora y cuarto estamos en la calle, y tras constatar con cierta pena que la mañana es muy soleada y que nos vamos a pasar el único rato soleado del viaje en un museo, nos dirigimos al metro con la intención de llegar al museo lo antes posible. Tras bajarnos en la parada correcta y dirigirnos al Carrousel del Louvre, donde se encuentra la famosa pirámide invertida, nos comunican que con la Paris Museum Pass solo podemos entrar por la pirámide. Nos dirigimos hacia allí, donde afortunadamente no hay apenas cola y a las nueve y cuarto ya estamos dentro del museo. Tras pasar unos momentos de agobio, ya que hace un calor enorme y no nos hemos despojado de nuestros abrigos ni del trípode (que, tras la buena experiencia del día anterior, decidimos llevarlo con nosotros), nos dirigimos en primer lugar hacia La Mona Lisa, con la intención de verla con la menor cantidad de gente posible. De camino, vemos la Victoria alada de Samotracia, que se alza majestuosa en lo alto de unas escaleras. Sin duda, dicha escultura es de lo que más me ha gustado del Louvre. Es impresionante verla en lo alto de la escalera, como dando la bienvenida a los visitantes del museo. Tras admirar dicha escultura y ver la Mona Lisa, que es más grande de lo que esperaba, ya que como todo el mundo me había dicho que era muy pequeña me esperaba algo minúsculo, casi como La encajera del museo de Orsay, nos dirigimos a ver las obras del museo que en realidad nos interesaban, ya que La Mona Lisa tampoco es que nos gustara mucho artísticamente hablando.

Así, a partir de este momento disfrutamos del museo con más tranquilidad, ya que en el resto de salas del museo hay mucha menos gente que en la entrada del museo, donde se encuentra la Victoria alada de Samotracia, y que en los alrededores de la Gioconda, y además ya no hace tanto calor como al principio. Así, admiramos obras como Las bodas de Caná o La balsa de la Medusa y me llevo una pequeña decepción cuando constato que el cuadro que más ganas tenía de ver, La Libertad guiando al Pueblo, se ha cedido temporalmente a otro museo. No soy muy amante de los museos, así que tampoco puedo decir que el Louvre me apasione en exceso, pero sí que puedo decir que he disfrutado viendo algunas obras que uno conoce desde pequeño. Así, junto con la Victoria alada de Samotracia, lo que más me gusta, sin duda alguna, es ver la Venus de Milo, una obra que uno conoce desde pequeño. Me parece espectacular, colocada en una tarima en el centro de la sala, al fondo de un pasillo... impresionante. También me gusta mucho el Código de Hammurabi, pues es una referencia muy conocida en la cultura popular, y tenerlo delante me parece impresionante. La mayor decepción es quizá El escriba sentado, ya que me esperaba una escultura muy grande y resulta que es una cosa pequeñita. Por otra parte, al alejarnos de las zonas más conocidas del museo se va reduciendo poco a poco la cantidad de gente, de forma que es muy agradable la visita de zonas como la Cour Marly, que es preciosa y en la que se puede estar sin agobios. Así pues, puedo decir que salvo los primeros minutos, con agobio de gente y mucho calor en los alrededores de la Victoria alada de Samotracia y de La Mona Lisa, el resto de la visita del museo la hacemos muy relajados, sin agobios de ningún tipo.

Venus de Milo.

Barrio Latino y jardines de Luxemburgo: un momento de relax.
Tras dar un repaso muy general al museo, salimos a la calle a las doce con la intención de aprovechar la mañana tan soleada que hace para hacer unas fotos del museo del Louvre por fuera y de sus alrededores. Así, tras unas cuantas fotos de la pirámide, del Arco del Triunfo del Carrousel y del museo en general, decidimos dirigirnos hacia el Barrio Latino, donde tenemos intención de comer y de recorrerlo por la tarde. De camino al Barrio Latino vemos algunas cosas sueltas que se nos habían quedado, como la iglesia de Saint-Germain l'Auxerrois y hacemos una sesión de fotos en Notre Dame, aprovechando que ahora tenemos trípode, lo cual no teníamos el primer día, cuando visitamos Notre Dame.

En el Barrio Latino, y continuando con la tendencia de comer barato en París, nos decidimos por un restaurante griego, donde por apenas once euros comemos dos especie de kebaps y una botella de agua. Comemos bastante rápido, y a las dos y cuarto ya estamos recorriendo el Barrio Latino, con un helado de Amorino, heladería que hemos visto en múltiples ocasiones en París. La verdad es que el Barrio Latino no tiene gran cosa, a excepción de la fuente Saint-Michel, una preciosa fuente renacentista y que ya habíamos visto de noche el día que llegamos a París, la capilla de la Sorbona y, cómo no, el Panteón, uno de los edificios más bonitos de París, y que, como no podía ser de otra manera, fue nuestro primer destino de la tarde. Tras un largo paseo, llegamos al Panteón minutos antes de las tres menos cuarto. Por dentro es espectacular, y me recuerda bastante a Los Inválidos, otro de los edificios que más me han gustado de París. Desgraciadamente, no podemos subir a la cúpula, ya que está en obras, lo cual es una lástima, puesto que me habría gustado ver las vistas que se tienen desde ahí. Por dentro, el edifico me parece precioso, destacando entre otros el Monumento a Diderot. Lo que menos me gusta es la cripta, donde están enterrados algunos de los grandes ilustres de Francia, pero cuyas tumbas son bastante sosas, sobre todo si las comparo con la preciosa Cripta de los Capuchinos de Viena.

Panteón.

Tras admirar el Panteón, nos dirigimos hacia otro de los barrios que no habemos conocido todavía, los alrededores del palacio de Luxemburgo, a donde llegamos a las cuatro menos cuarto. Tras unas cuantas fotos en la fuente de Médicis, muy bonita por cierto, nos dirigimos hacia la cercana iglesia del Santo Suplicio para que no se nos quedara suelta más adelante. La verdad es que la iglesia es muy bonita, con sus dos torres casi idénticas, y con la fuente de los cuatro puntos cardinales enfrente. Tras verla por dentro, nos dirigimos de nuevo hacia los jardines de Luxemburgo para verlos como se merecen. Al llegar, constatamos que el suelo es como el de las Tullerías, lleno de piedrecitas que manchan los zapatos. Afortunadamente, no solo tiene eso igual que las Tullerías, y es que también tiene dispersas por todo el parque numerosas sillas en las que poder sentarse. Descubrimos cuatro sillas juntas, dos sillas normales y dos sillas-tumbonas, así que nos sentamos, nos quitamos los zapatos y nos quedamos quince minutos descansando viendo el palacio de Luxemburgo. Sin duda, ese es uno de los mejores momentos del día. Tras los quince minutos de descanso, minutos después de las cinco menos cuarto salimos de los jardines de Luxemburgo rumbo al hotel, y es donde tomamos una de las peores decisiones del viaje: en vez de ir en metro al hotel, decidimos ir andando para ver un restaurante cercano al hotel que habíamos visto el primer día mientras íbamos al Panteón, para cenar al día siguiente. El trayecto se nos hace increíblemente largo, y no es hasta tres cuartos de hora después, a las cinco y media, cuando llegamos reventados a nuestro hotel.

Palacio de Luxemburgo.

Centro Pompidou y paseo nocturno.
Tras un merecido descanso en el hotel, pues estábamos derrotados, nos dirigimos hacia el Centro Pompidou, el museo de Arte moderno más importante de Europa. Decidimos aprovechar que el museo cerraba a las diez de la noche, eso decía cualquier página web e incluso la Paris Museum Pass, aunque en realidad cerraba a las nueve, ya que pensábamos que un museo, al ser un sitio cerrado, era mucho mejor visitarlo cuando hubiera menos luz, para aprovechar el día en el exterior. Y no nos equivocamos. Más que con miedo, iba con la curiosidad de si me iba a gustar o no un museo de arte moderno, ya que no soy nada experto en arte, y menos en arte moderno. Y la verdad es que me encantó. No sé si es la poca gente que hay en ese momento, y por tanto el silencio que reina en el museo, o que estoy bastante descansado tras haber reposado un poco en el hotel, pero la verdad es que es muy relajante para mí la visita al museo. Disfruto muchísimo. Al menos, no lo visito con el cansancio que visité el día anterior el museo de Orsay. Así, a pesar de no entender mucho el arte de los cuadros, disfruto mucho con los cuadros, las esculturas, las maquetas, las salas... me encanta. Es un rato muy relajante. Sin duda, lo que más me gusta fue casi el principio y el final: una habitación llena de colores que me dio una sensación de tranquilidad enorme.

Sala del Centro Pompidou.

Tras subir a la terraza y ver un poco el atardecer en París, a pesar de que las vistas no era muy buenas, a las nueve menos cuarto decidimos ir a cenar, optando por un restaurante italiano cercano a la braserrie donde comimos hacía dos días. Tras la cena, bastante normalita, por cierto, cogemos el metro y nos dirigimos hacia la estación de metro de Trocadero, a donde llegamos minutos antes de las diez y media. En Trocadero hacemos unas cuantas fotos de la torre Eiffel iluminada que son bastante bonitas. Me habría gustado hacer también fotos desde el Campo de Marte y de Los Inválidos, pero tenía dudas de que este último no estuviera bien iluminado, y de que las fotos de la torre Eiffel desde el Campo de Marte fueran bonitas, dado las obras que hay en la zona.

Torre Eiffel vista desde Trocadero.

Gastos del día
Este día fue de lejos, no solo el que menos gastamos en París, sino el que menos habremos gastado en nuestra vida como viajeros. Hacíamos risas sobre si deberíamos tomarnos algo en alguna cafetería, o hacer algo, porque nos daba vergüenza decir que habíamos gastado tan poco. Como en el día de hoy solo entramos en dos museos que incluían la París Museum Pass, y no tuvimos que comprar ningún bono de transporte, no gastamos nada ni en turismo ni en transporte. Nuestros únicos gastos fueron la comida, que, como he dicho, fue poco más que un kebap, la cena, una botella de agua que compramos en la calle por un euro, y el helado de Amorino. Gastar menos era complicado. Así, los gastos del día fueron los siguientes:

  • Comida: 18.5 €
  • Varios: 2.25 €
  • Total: 20.75 € por persona

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