Quiero dedicarle una entrada del viaje a Moscú al hostal en el que dormimos las cinco noches. Como comenté en la entrada anterior, era un hostal que se encontraba a apenas quince minutos de la Plaza Roja. Seguramente, esto fue lo que más me gustó del hostal, ya que no nos veíamos obligados a coger el metro demasiado para desplazarnos.
El hostal constaba de tres habitaciones, una sala de estar con dos sofás, un ordenador con internet que acaparamos en todo momento y una televisión plana que no funcionaba, además de un único cuarto de baño, el único pero del hostal, y una cocina donde apenas entramos. De las tres habitaciones que había tuvimos mala suerte con la que nos tocó, ya que dos eran unas habitaciones normales, con paredes y puertas, mientras que la nuestra tenía una pared completamente translúcida por la que pasaba la luz, problema que intentaba solucionarse con unas cuantas cortinas que le daban un aire burdelesco, si se me permite la palabra.
Sala de estar, con las cortinas rojas que eran la entrada a nuestra habitación.
Esto me trastocó un poco la primera noche, ya que me costó muchísimo dormirme debido a la luz que entraba de la sala. Sin embargo, el resto de noches dormí sin ningún problema, ya que era tanto el cansancio acumulado que hubiéramos sido capaces de dormir incluso con la luz encendida.
El resto del hostal estaba bien, aunque mención aparte merece el baño. Únicamente tuvimos problemas con las colas un día, ya que nos levantábamos pronto, pero aun así me parece que un único baño para tres habitaciones era muy poco, y ese fue el punto que menos me gustó del hostal. Al menos, echamos unas risas con la bañera, que parece que había que escalarla para subir a ella.
Cuarto de baño del hostal.
El dueño del hostal era bastante majo, al menos hablaba inglés, que bastante era, y estaba siempre ofreciéndonos unas cervezas o un poco de sopa. La verdad es que era muy agradable llegar al hostal y encontrar una cara amable que te ofreciera algo de comer. Además del dueño, había una persona mayor siempre con él, suponemos que un amigo (su padre no era) que estaba continuamente en el hostal, durmiendo en los sofás, la cocina, o donde encontrara sitio. Suponemos que como alguien tenía que quedarse siempre en el hostal, él se quedaba a hacerle compañía al dueño cuando estaba, y guardaba el hostal cuando el dueño se iba. La verdad es que nos daba bastante pena, porque no salía del hostal nunca, únicamente para fumar, cada vez que llegábamos a la tarde al hostal le despertábamos de la siesta (dormía como podía en el sofá) y cuando por la noche nos despertábamos para ir al baño también le despertábamos a él, ya que andaba medio tirado en el sofá. El pobre hombre no conseguía dormir muchas horas seguidas...
Además de estos dos hombres, merece una mención especial Boris, así le bautizamos, un pequeño huésped con el que jugábamos de vez en cuando y con el que había que tener cuidado de cerrar la puerta de la habitación, porque sino podía entrar y saltar sobre tu cama cuando dormías.
Boris descansando en el sofá.
Boris, majestuoso, en el piano.
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