Por fin llega el día en que empezamos nuestras vacaciones. Como el avión sale a las 14:25, salimos con tiempo de casa para no andar agobiados en el aeropuerto, llegando dos horas antes de la salida del vuelo. De camino al aeropuerto, observamos que hace un día soleado y perfecto para ir a la playa, mientras que nosotros iniciamos las vacaciones de verano yendo a lugares donde las previsiones meteorológicas no son nada halagüeñas.
Coronas suecas preparadas para el viaje.
A la una menos veinte, veinte minutos después de coger el bus, llegamos al aeropuerto. Aunque vemos mucha cola en el mostrador de Lufthansa, esta avanza rápidamente y en pocos minutos estamos ya comiendo un bocata de tortilla en la terminal del aeropuerto. A las dos y media, y con apenas cinco minutos de retraso, nuestro avión despega puntual dirección Frankfurt, a donde llega a las cinco menos veinte, tras pasearse durante veinte minutos por el aeropuerto. El vuelo discurre con normalidad y con todas las comodidades que ofrece Lufthansa a la clase turista, aunque no me preguntan tantas veces si quiero más zumo como en los vuelos a Moscú...
Tras dos horas de espera en Frankfurt, que se nos hacen interminables, el avión despega a las ocho de la tarde rumbo a Estocolmo, el primer destino del viaje, a donde llega a las diez menos veinte de la noche, veinte minutos antes del horario previsto. Por fin, pongo pie en Suecia, país al que tantas ganas tenía de conocer, y vislumbro por primera vez el aeropuerto de Arlanda, que tantas veces había imaginado mientras leía las novelas de Henning Mankell.
Tras pagar al taxi 420 coronas suecas, pues habíamos comprobado que nos salía más barato ir en taxi que en el Arlanda Express, llegamos a nuestro hotel a las once menos cuarto, tras sorprendernos de lo lejos que está el aeropuerto de la ciudad. No es que sea una barbaridad, pero veinticinco o treinta minutos no te los quita nadie. Así, a pesar de todas las comodidades del avión, llegamos al hotel once horas después de haber salido de casa, que se dicen pronto, pero que sobre todo en un vuelo de vuelta se nos van a hacer interminables. Es la desventaja de no vivir en ciudades grandes donde seguramente hubiera tenido un vuelo directo con Estocolmo.
Mientras el taxi nos lleva al hotel podemos contemplar los edificios y las calles de los alrededores, que me dan una sensación de limpieza y elegancia. Esos pocos minutos vislumbrando la ciudad a través de las ventanillas del coche me hacen darme cuenta que me va a encantar la ciudad. No puedo creérmelo: por fin estoy en Estocolmo.
Tras dejar las cosas en el hotel y cenar un bocadillo que traíamos de casa, decidimos salir a dar una vuelta con el objetivo de hacernos una idea del tamaño de la ciudad. Tras un pequeño paseo por el centro buscando el lugar donde asesinaron a Olof Palme, nos dirigimos hacia el Parlamento, en la entrada a Gamla Stan, pasando previamente por Sergerls Torg, donde vemos el obelisco iluminado. Decidimos no entrar a callejear por Gamla Stan debido a que ya son las once y media de la noche, así que nos conformamos con unas fotos nocturnas de la ópera, el Palacio Real y el ayuntamiento de fondo. La verdad es que tiene muy buena pinta esta ciudad y nos vamos a la cama con la sensación de que nos va a gustar mucho. A las doce y cuarto de la noche ya estamos metidos en la cama: al día siguiente comienzan nuestras vacaciones de verdad.
Habitación del hotel de Estocolmo.
Gastos del día:
Obviamente, los gastos de este día se debieron casi exclusivamente al del taxi que nos llevó del aeropuerto al hotel. El resto de gastos se debieron a compras varias que se realizaron en los aeropuertos, como botellines de agua y demás.
- Taxi: 420 coronas suecas
- Varios: 5.70 €
- Total: 56 €, 14 € por persona aproximadamente.
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